Estoy opaca, ensimismada y atormentada.
Me encuentro en la llamarada agonizante de la pasión. En esa que te cubre el pecho de vergüenza y cinismo.
Me escondo en la oscuridad latente, donde aparece el abrazo quebrado del duelo que me rasguñó la espalda descubierta de dolor.
Me debato como en una batalla con el amor misterioso que me entregas y el amor vicioso y enfermizo con el que te amo yo.
Intento ver en el fondo moribundo de la soledad impura, como me llamas. Como te haces pasar por el hombre que se cree mi amante y mi espejismo casual.
Me llamas iracundo y confundido.
Me gritas loca.
Desde la lejanía me abres la boca que vocifera mi demencia.
Cierras los ojos y no miras mis rodillas cansadas y mis manos agobiadas.
En mi desventura, corro por la tierra que no me acoge ni me entiende.
Me siento sobre el barro avellano y húmedo para ver a través de la nada, un algo de respuesta.
Ya se acerca la penumbra que me invita a morir en la cristalina dicha de apuñalar mi alma ciega.
Toma de mis dedos para llegar al puñal que enterraré en mi pasado imperecedero y mi terrible realidad.
Por hoy, solo me queda viajar por el sendero infausto, hasta perecer en el más ausente manifiesto de ilusa catarsis.