
El viejo Juan se sentaba todas las mañanas afuera de su casa en un banquita que tenía más años que él, pero aún sostenía el peso de aquél fiel degustador del tinto matutino.
A Don Juan no le caían más años en el cuerpo, sin embargo las historias que alojaban sus canas no se comparaban con ninguna anécdota provinciana.
El viejo Juan todavía me cuenta que en sus tiempos uno se enamoraba una vez y, no como como los "cabros de ahora", como dice él, que reparten para todas partes, los besos y las manos.