Siempre que llega aquél jueves, semana por medio,
en aquél motel rasca “la cueva del picaflor”, a las 20 horas. Respiro profundo, con una sonrisa
inquieta, con las manos en los bolsillos; acomodándome la verga que se asoma
por un costado del calzoncillo. Camino por la calle y pienso en que te haré en
ese minuto, de qué forma te cogeré o cuál va a ser nuestro próximo juego.
Evoco tu imagen. Tu cintura de autopista, acompañada de esos senos
enormes, suaves y atentos, mi valle de piel. Tu concha estéril y tersa, ese
suave rincón de piel que te deja en evidencia cuando escupe el placer que te
fluye del cuerpo. Y ese culo esquivo, de misteriosa virginidad; tu esquina
prohibida, el lugar estrecho al que quiero entrar para oírte gritar de placer.
En lo único que pienso es en el día jueves, en recorrer tu cuerpo,
en masturbarte, metiendo mis dedos dentro tuyo, así como destruyendo una obra
maestra, un fresco que escurre pintura desde un pequeño hoyo inmundo, el que yo
toco, sintiendo la mucosidad fresca del oleo.
Llega el jueves bendito. Estabas en esa parada de micros en
Bilbao. Sola, y de brazos cruzados mirando de un lado a otro, buscándome. Hasta
que me detuve frente a ti y me lanzaste una sonrisa formidable.
Llevabas una chaqueta de mezclilla y debajo de ella, un vestido caliente,
de color negro, muy ajustado, que te apretaba las tetas como si estuviesen a
punto de salirse de su escote. Tus piernas se veían magistrales. Tus curvas se
marcaban con esa vestimenta. No hicimos
mas rodeo y te apuraste para subir al auto. Me besaste en la boca
desesperadamente, como si me estuvieses esperando con anhelo y fogosidad. Te
seguí la corriente y mientras te besaba, mis manos se resbalaron hasta tu culo
grande. Tú me dijiste: espérate, después me haces lo que quieras.
Sin más preámbulo aceleré a 70 km por hora, llegamos en 20 minutos
al motel. Me estacioné, te bajaste y nos dirigimos a la habitación número 6.
Dejaste tu cartera y comenzaste sacándome la chaqueta. Tome tu cara y te besé.
Serví unas copas de vino antes de que empezara el show. Luego de unos sorbos te
desnudé, casi rasgándote la ropa. Te besaba el cuello, tus tetas. Mis manos
apretaban tu culo abombado, que me tenía enfermo. Tú te dejaste querer. Gemías
fuerte. Te tiré al suelo. Luego me chupaste la verga, después llegó tu turno y
abrí tus piernas suavemente mientras te estirabas sobre la cama y mi lengua
pasaba lentamente por tu entre pierna, suave, quisquillosa y a la espera de un
orgasmo. Con cada pasada de mi húmeda lengua por tu concha, un gemido espléndido
salía de tu boca carnosa. A la misma vez te ibas tocando tu cuerpo magnánimo y
mis manos desocupadas levantaban tus piernas para tenerte más dentro de mi
boca. Después te volteé y te lo metí por el culo, después por tu flor
monstruosa y te fuiste una, dos, tres, cuatro hasta 5 veces. Yo más tarde terminé como un rey.
A eso de las 5 de la mañana te despertaste y te acercaste a
hablarme, muy de cerca. Yo pensé que querías más. Sin embargo no fueron
palabras las que salieron de tu garganta. Me escupiste un líquido viscoso en la
cara, que tenía un fuerte hedor a entrepierna. Se me adhería a la piel y se
pegaba a mis pestañas.
Heme ahí sentado frente al computador, me quedé dormido con los
pantalones abajo. Me restregué la cara con mi mano predilecta y quité el semen
que aún no había limpiado. Maldita cerda…
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